Gonzalo Cabrera
La educación hoy
La expresión es ambigua: qué desea la institución para el maestro y qué deseo le corresponde al maestro. Por un lado, una institución que arrasa, atropella y unifica; por otro, un maestro que arriesga su trabajo si se posiciona como maestro.
En la institución educativa, hoy se instruye, se dan técnicas, se compran técnicas, se paga por ellas. Por su parte, los estudiantes ya no lo son, no hay nada que estudiar; son clientes, y los clientes exigen: “yo pago xxx al semestre, usted me tiene que pasar”, le escuché a un estudiante universitario al ser interrogado por su profesor ante el evidente plagio en su trabajo: “todos lo hacen”, “yo no sabía que no se podía”. La excusa infantil de una des-responsabilización, un “no querer saber”. Si todos lo hacen, debe ser correcto; si todos somos iguales, todos somos buenos… una democracia para actos deplorables o ilícitos. En estos casos, ¿en dónde está la institución?, ¿los profesores? Si “enseñar” es mostrar, ¿qué se está enseñando?, ¿qué se muestra? Ante casos como la muerte del estudiante Colmenares de la Universidad de los Andes, en el que estarían involucrados otros estudiantes de esa universidad, uno se pregunta qué está pasando en la educación, qué clase de formación se está dispensando.
Otro caso muy sonado en los medios es el de la ex reina Valerie Domínguez, que accedió fraudulentamente a subsidios que el Estado —a través del Ministerio de Agricultura— otorgaba al campesinado. En el juicio, su ex cuñada responde todo el tiempo al fiscal “no sé”; dice no ser campesina (es profesional en mercadeo y publicidad del Politécnico Gran Colombiano), pero sí recibe millonarias sumas que, como ella reconoce, estaban destinadas al campesinado colombiano.
Es comprensible que al comienzo del proceso educativo los sujetos digan que “no saben”; pero que cuando ya están en él o cuando ya lo han atravesado sigan diciendo que no saben, que no son responsables… eso nos hace preguntar qué papel está cumpliendo la educación. Pero, ¿puede la institución educativa formar en valores si no puede decir “¡No!”?; ¿puede permitir un disfrute si todo es posible? No hay deseo si no tenemos ley, si no nos reconocemos como seres divididos, atravesados por un “no saber”, para querer saber. Hoy los padres de familia sólo giran el cheque y exigen resultados que ellos no logran en sus hogares. Como bien señala Clara Holguín[1], de ser guías y tutores, han pasado a ser “acompañantes”, “pares” de sus hijos.
La forma de contratación y el procedimiento de moda de equiparar la industria a la escuela por medio de mediciones de calidad y gestión, convierte al docente en una tuerca más para el funcionamiento formal del proceso, al estilo de la época: mercadeo, publicidad, gestión administrativa. Así, un docente se reemplaza por otro fácilmente (como una tuerca a otra), incluso hasta más barato, cuestión siempre primordial a la hora de contratación; y se pierde su verdad (aletheia), la del discurso que debía dispensar. Aletheia, según Marcel Detienne[2], no es lo opuesto a lo falso, sino lo no oculto, lo claro, la luz; es opuesta al olvido, al silencio, al reproche, a la oscuridad, y se emparenta con las alabanzas. No puede haber verdad sin una relación cercana con el embuste y el engaño; por eso la verdad no sólo tiene estructura de ficción, sino que se acerca mucho a la mentira.
Además, como la verdad le era permitida y reconocida al juez, al adivino y al poeta, no puede haber verdad, sin las musas. Sin ellas lo que tenemos es oscuridad, engaño. Si la educación no es verdadera, si no se inscribe en esa clase de discurso, entonces es un engaño. Las musas tienen el privilegio de decir la verdad, de decir lo que es, lo que fue y lo que será, por eso están ligadas Aletheia y Memoria. Eran veneradas las musas en el templo más antiguo de Helicòn. Se llamaban Meletè (disciplina para el aprendizaje, concentración, atención y ejercicio mental), Mnemè (recitación e improvisación) y Aoidè (canto, poema acabado). Entonces, ¿cuál es el lugar del docente en las actuales condiciones en las que disciplina, concentración y memoria no son ya parte importante de la educación?
La época del todo vale, en la que la permisividad comanda lo social, nos ubica del lado del goce y no del lado de la falta. Hay un imperativo a gozar que exige más y más… pero el efecto correlativo de ello es la depresión, pues se esta exigiendo la felicidad a todo momento. Pues bien, esa es una reivindicación en las instituciones educativas: “se tiene derecho a ser feliz”… esto, como reivindicación, es algo muy diferente a la idea de la Ilustración de buscar la felicidad, que requiere un trabajo y un deseo enganchado a una acción.
El caso Pedrito
Se trata de un colegio privado, con muchos años de existencia, pensado inicialmente para hijos de extranjeros (principalmente diplomáticos). Como las clases altas querían acceder a semejante sitio tan “exclusivo” y “privilegiado”, se ampliaron los cupos y la planta docente. Pero, con la crisis de los años 80, se amplían aún más los cupos, esta vez sin aumentar planta docente ni infraestructura. La idea de una “empresa-colegio”, a pesar de haber sido transitoria, quedó como política permanente. Así, ante un problema con un estudiante, en el Consejo Directivo se escucha: “no hicieron un buen filtro”. Uno de los casos es el de Pedrito: ha organizado huelgas, es mediocre, irrespetuoso, mal ejemplo; todos los años tiene sobre su cabeza la amenaza de expulsión. Cada año se veía una nueva transformación, hacia lo expresamente prohibido en el Manual de Convivencia: Piercings, gorras, peinados “raros”, pantalones que no van con el uniforme, ausentismo de clase, vandalismo (pintar paredes y pupitres), matoneo, etc. Pero sigue en el colegio… ninguna acción disciplinaria o pedagógica que lo acoja y/o contenga.
Todos los años algún profesor se desesperaba con las actitudes de Pedrito e iniciaba una batalla personal contra él, conformando —en compañía de otros colegas— un “frente unido contra Pedrito”. Pero el muchacho tiene en sus padres, que son abogados, a sus más férreos defensores; en una carpeta asientan las constancias de todos los intentos por impedir que su hijo “sea feliz, y se desarrolle libremente”, y las pruebas de que ha fallado el “debido proceso”. Era una lucha que tenía la amenaza de llegar a los estrados judiciales, ante lo cual la institución reculó: “Sería mala prensa para el colegio, así el dictamen fuera favorable”, se escuchaba en el Consejo Directivo. Además, desde que el muchacho entró al colegio, los padres pagaron por adelantado toda la educación… y el cliente siempre tiene la razón. Con este argumento, el Gerente Educativo —el Rector de la institución— pide “aguantarse” a Pedrito hasta que se gradué: “ya aguantamos lo más, aguantemos lo menos”.
Una de sus profesoras informa que llega tarde, no obedece las indicaciones, interrumpe constantemente, usa el celular en clase. No respeta, emplea un vocabulario inadecuado cuando habla y cuando escribe. Hace perder tiempo, distrae a sus compañeros, no trabaja en lo suyo. En otro informe se dice que no se ubica en su puesto, hace comentarios inoportunos, emplea palabras soeces, impide que sus compañeros se concentren, se levanta del puesto sin permiso, contesta agresivamente, no hace sus labores, obtiene bajas calificaciones. Está en psicología en el colegio. Se le han hecho llamados de atención en todas las formas, se ha llamado a los padres, quienes informan que el muchacho está en “crisis psicológica”, bajo tratamiento psiquiátrico externo. Dada su falta de respuesta a la charla psicológica en el colegio, se contempla la posibilidad de cambiarlo de grupo y/o separarlo de un compañero que lo impulsa y lo secunda.
Para la profesora, Pedrito y su secuaz eran casi vándalos; informa que de nada valieron llamadas de atención, amenazas o castigos: “Es la peor experiencia pedagógica que he tenido”. Soñaba que él la humillaba frente a la clase. Cuando lo expulsaron, sus compañeros de clase hicieron huelga; el colegio cedió y el coordinador perdió su puesto.
En este testimonio, la educación aparece como un instrumento paralelo a la institución policial, emparentada con el hospital psiquiátrico: quien no encaje en la media de lo que pensamos es lo normal, quien sea diferente, fácilmente es un criminal, un enfermo mental o un vándalo con secuaces. Las tutorías académicas, originalmente pensadas para ayudar a los estudiantes que en sus aulas no alcanzaban a entender o para ayudar a aquellos que quieren afianzar su conocimiento, ahora se llaman clínicas… clínicas académicas para enfermos académicos; no se puede obviar el tinte patológico que le cobija a aquel que en ellas cae. Esta profesora, torturada y angustiada por su “incapacidad” para controlar, ¿tiene un deseo que emane de reconocerse como ser en falta?, ¿que le permita buscar, investigar e idealmente completarse?; si así fuera, los estudiantes podrían engancharse en una búsqueda personal y por ende en una investigación por su objeto de deseo. La profesora está en la línea con la posición de la institución: crear el historial, el “prontuario” —como muchos lo llaman—, para justificarse eventualmente ante un juez de la república, ante una demanda judicial. Con sus herramientas de gestión, la institución aplana el deseo de los maestros, los hace partícipes del engranaje administrativo, habida cuenta de las paupérrimas condiciones de contratación, y a costa de la educación misma.
Otro testimonio, esta vez de un profesor veterano de la misma institución: él escuchó sobre el muchacho en una reunión de “casos especiales”. Cuando se puso sobre la mesa el nombre, nadie, ni profesores ni padres de familia, quería participar. Casualmente, estaba en el mismo grado de su hijo (él cumplía al tiempo los roles de padre y profesor), por lo cual lo apadrinó. Para acercarlo, entablaba con él charlas informales hasta que el muchacho sintió que alguien le paraba bolas por fuera de los requerimientos institucionales. Eso le trajo problemas al profesor con el jefe del bachillerato, para quien las cosas eran “o conmigo o en mi contra”, y él tenía el reto de zanjar el problema. Sus compañeros le decían que estaba loco por meterse a la candela. El profesor quedó por fuera de la formalidad de la institución; no hay actas sobre el asunto. Pero el muchacho comenzó a cambiar: se detuvo su actitud de reto; el último año llegó a ser un buen estudiante. “Si uno ve que un muchacho está a punto de hacer locuras y puede hacer algo, hay que hacerlo”. El profesor de música y el de tecnología también estaban comprometidos con él, pues esas materias le gustaban mucho; incluso se escapaba de clase para estar en esos salones. Los papás del muchacho reconocieron su trabajo; en su enfermedad, lo visitaron en el hospital.
En el testimonio del profesor veterano vemos una posición completamente diferente a la de mayoría del profesorado y a la de la institución. Se ubica como un adulto, no como un par; desde una claridad frente a la función socializante de la educación y la paternidad, “atrevidamente”, como dice, apadrina al muchacho: lo escucha, le hace un espacio sin reglamentación. Este profesor y padre, hace una apuesta, sin saber el resultado; no se agazapa tras papeleos burocráticos ni tras prontuarios, echa la suerte y la asume. Sólo con ello, la posición del muchacho se disipa poco a poco, podríamos decir que fluye con naturalidad lo que la memoria y la disciplina del maestro en este caso posibilitan; es poesía en acto; Aletheia. El adulto, como quien saca la mano de la carreta para rescatar al niño que se queda, arriesga su misma posición en la carreta; pero al arriesgarse, pone en acto su deseo y permite rescatar al muchacho. La misma frase pronunciada por él: “lo que pasa es que cuando un maestro se ensaña con un estudiante algo pasa” es esclarecedora de la balanza que decide equiparar para Pedrito; por un lado un Jefe de bachillerato bien instaurado en su lugar de policía disciplinante, pero por el otro, un adulto que escucha, abre espacios, soporta el malestar y hace algo con ello. En este caso; trasmitir un deseo, una pasión que permitió un tiempo para encontrar un objeto valorado culturalmente.
¿Qué deseo entonces para el maestro? Un lugar para que pueda articular su sed de saber y transmitir su pasión a aquellos que lo quieren escuchar. Si el “mercadeo educativo” y la publicidad (en tanto técnicas de ventas) hacen parte de la educación, sólo una pasión se les puede anteponer para que no se obvie la ética. ¿Qué deseo para el maestro, qué deseo le queda a él? Le queda recuperar, con los costos que esto implique, la pasión por su objeto de estudio, le que queda arriesgarse y hacer algo con ese malestar que le implica y le genera estar en una institución que facilita para el maestro su muerte subjetiva. Al maestro le queda recuperar la verdad de su camino, hacer poesía de nuevo, solo así, de pronto, algunos lo escucharán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario