Guillermo Bustamante Zamudio
Pasó por nuestra cartelera de cine una película llamada Un método peligroso. Se trata de una co-producción germano-canadiense, dirigida por David Cronenberg. Christopher Hampton hizo el guion adaptando su propia obra de teatro The Talking Cure (2002), la cual a su vez está basada en A Most Dangerous Method (1993), de John Kerr. La película pone en escena un episodio en el que Sigmund Freud y Carl Jung entran en relación, a propósito de una paciente de éste: Sabina Spielrein.
Las obras artísticas se pueden dar libertades porque no tienen ataduras rígidas con los acontecimientos (en la medida en que no son historiografía); por eso, no se presta para disputas la descripción de acontecimientos ocurridos a personajes “ficticios” —como decimos—, siempre y cuando sea verosímil. Pero como esta película usa nombres de personas que efectivamente vivieron, en relación con las cuales disponemos de sendas informaciones, nos pone de manera inmediata ante el asunto de si cotejar o no los datos que maneja con la información histórica. Esta es una discusión eterna: por ejemplo, desde hace siglos se discute si Sócrates es una persona o un personaje de los Diálogos de Platón (y así para cada uno de los filósofos allí mencionados). En esa línea, sólo algunos tópicos de la película se corresponden con los hechos… y no nos referimos a que la información disponible no justifique las escenas íntimas de Jung azotando a Sabina (que es una de las “críticas” periodísticas), sino a que se escenifican personas como si estuvieran al vaivén de los acontecimientos, y no personas cuyas decisiones frente a sus propias vidas les hacen escoger los acontecimientos. Hay mucha “ciencia de divulgación”: no se ahonda sobre el Psicoanálisis de Freud, ni sobre la Psicología profunda de Jung. De ahí la idea de que el psicoanálisis pueda ser “un método peligroso”, una caja de Pandora, frente a la cual paciente y psicoanalista estarían en la misma relación de incertidumbre.
En lugar de lamentar la falta de rigor con estas cosas y que se continúe en una línea de desinformación —deliberada o no— que ya cumple más de un siglo… uno podría enterarse de la historia correspondiente en la bibliografía disponible[1]. Entonces: en la medida en que no es un documento histórico, sino una película; y, en consecuencia, en la medida en que su materialidad no se resuelve en la superficie, en la anécdota, entre otras porque los artistas no controlan totalmente lo que ocurre en sus obras (éstas también están regidas por otras variables)… en esa medida, se puede leer en ella una línea estructural, y apostarle a sus efectos.
Entonces, ¿tomar a Jung como esa línea? No: su clínica no se muestra como una relación compleja entre el terapeuta y sus conceptos, no intervienen los impases propios de la terapia y de la teoría; “aplica”, en el sentido de un método del que el clínico mismo no está hecho y, en consecuencia, toma o deja. Vemos a un Jung joven que sencillamente “ensaya” el tratamiento freudiano. Según la película, hace un aporte a la ciencia, aunque no se lo muestre como un teórico sólido, y más tarde muere en paz.
Entonces, ¿tomar a Freud como esa línea? Tampoco: se muestra como un personaje autoritario, cerrado y preocupado por delimitar su campo.
No son, entonces, estos personajes de “relevancia histórica”, los que anudan el relato. Los acontecimientos giran más bien alrededor de la paciente. Con 18 años, Sabina Spielrein, es diagnosticada de histeria y llevada al hospital, donde es atendida por Jung. No por las limitaciones de tiempo de una película (pues en un film se puede representar el paso del tiempo), el tratamiento es veloz, casi mágico: desde la primera sesión, la joven explicita el anudamiento entre los castigos del padre y su excitación sexual. Curiosamente —y pese a la vulgata—, no es Freud el pansexualista, sino la paciente. Jung aprende eso de ella y, más allá de dar lugar a denunciar la figura de los padres autoritarios y violentos, lo que queda operando es la decisión que la sujeto tomó en algún momento de vincular esas dos dimensiones aparentemente disímiles. Hasta aquí se destaca un punto: se entra a un psicoanálisis por la vía del padecimiento subjetivo, no por la vía de las afinidades intelectuales, lo cual podría ser —hasta ese momento— el caso de Jung, acerca del cual nunca se menciona que se haya hecho un análisis (condición sine qua non del ejercicio psicoanalítico); es más: hasta el final, lo tenemos arrepentido de no tomar sus propias decisiones, lleno de culpas, rebelde frente al “padre” del psicoanálisis.
Entonces, ¿tomar a Jung como esa línea? No: su clínica no se muestra como una relación compleja entre el terapeuta y sus conceptos, no intervienen los impases propios de la terapia y de la teoría; “aplica”, en el sentido de un método del que el clínico mismo no está hecho y, en consecuencia, toma o deja. Vemos a un Jung joven que sencillamente “ensaya” el tratamiento freudiano. Según la película, hace un aporte a la ciencia, aunque no se lo muestre como un teórico sólido, y más tarde muere en paz.
Entonces, ¿tomar a Freud como esa línea? Tampoco: se muestra como un personaje autoritario, cerrado y preocupado por delimitar su campo.
No son, entonces, estos personajes de “relevancia histórica”, los que anudan el relato. Los acontecimientos giran más bien alrededor de la paciente. Con 18 años, Sabina Spielrein, es diagnosticada de histeria y llevada al hospital, donde es atendida por Jung. No por las limitaciones de tiempo de una película (pues en un film se puede representar el paso del tiempo), el tratamiento es veloz, casi mágico: desde la primera sesión, la joven explicita el anudamiento entre los castigos del padre y su excitación sexual. Curiosamente —y pese a la vulgata—, no es Freud el pansexualista, sino la paciente. Jung aprende eso de ella y, más allá de dar lugar a denunciar la figura de los padres autoritarios y violentos, lo que queda operando es la decisión que la sujeto tomó en algún momento de vincular esas dos dimensiones aparentemente disímiles. Hasta aquí se destaca un punto: se entra a un psicoanálisis por la vía del padecimiento subjetivo, no por la vía de las afinidades intelectuales, lo cual podría ser —hasta ese momento— el caso de Jung, acerca del cual nunca se menciona que se haya hecho un análisis (condición sine qua non del ejercicio psicoanalítico); es más: hasta el final, lo tenemos arrepentido de no tomar sus propias decisiones, lleno de culpas, rebelde frente al “padre” del psicoanálisis.
Pues bien, analista y paciente se acercan, no sólo por el tratamiento, sino también porque Jung la involucra en otras funciones propias de su trabajo… lo que en la película se usa para mostrar una cierta “intuición” de la joven para la clínica (un ejemplo es la habilidad para utilizar un remedo de la asociación libre inventada por Freud). El caso es que ella se enamora de él y lo manifiesta abiertamente. Después de un rodeo, él da el paso para establecer con ella una relación íntima. Ahora bien, esto no tiene que ver con el psicoanálisis, pues éste es ejercido por personas que han atravesado a su vez un análisis (en cambio, en la película, Jung legitima su clínica en el hecho de ser médico). Así, un analista no se “aguanta” las ganas de acostarse con las pacientes, no se detiene por una “ética profesional” que lo prohíba de forma expresa (como sí esgrime débilmente el Jung de la cinta frente a Sabina), sino que ha tomado sus decisiones frente a su propio régimen de satisfacción —gracias a su análisis—, de manera que no usa la clínica para conseguir amantes (como lo sugiere cínicamente Otto Gross en la película). Una diferencia entre un practicante analizado y otro no analizado es, por ejemplo, esa: mientras Jung —para poner un caso, pero hay otros en la historia del movimiento psicoanalítico—, ante la demanda de su paciente, se convierte en amante, Freud, en cambio, escribe su teoría de la transferencia, según la cual creer que esa demanda de amor le está dirigida a la persona del analista es una impostura que no solo revela un desconocimiento de lo que está ocurriendo, sino que da al traste con el tratamiento. Segundo punto destacable: Sabina establece una transferencia con su terapeuta (aunque Jung no esté a la altura del asunto), lo cual va a ser un requisito necesario de la clínica psicoanalítica.
Los síntomas que aquejaban a la paciente no desaparecen; pero, con el tratamiento, ya no son paralizantes como antes: al principio, la paciente es internada contra su voluntad, y varias veces debe ser reducida a la fuerza, dada la magnitud de su sintomatología. O sea, no es un asunto de “inteligencia”, sino de postura del sujeto; cuando el síntoma lo ocupa todo, nada más puede tener lugar. Entonces, tercer punto: el síntoma se reduce hasta poder dar lugar a otras actividades del sujeto; particularmente el deseo, que, en el caso de Sabina está relacionado con estudiar medicina.
Viggo Mortensen hace de Freud en la película |
Los rumores y los anónimos sobre la relación cunden, de manera que Jung decide romperla. Ante esto, Sabina parece recomenzar su "enfermedad". Independientemente de la dramatización que se hace (que, con agresión física y todo, nada tiene de exagerada) a propósito de la separación, el caso es que Sabina pide a Jung escribir una carta contando la verdad a Freud, con el fin de pasar a analizarse con él. En ese juego, Jung queda como mentiroso y ella gana el reconocimiento de Freud. Cuarto punto: independientemente del valor de reivindicación que estas mediaciones puedan tener, ella sostiene el propósito de analizarse…
Jung opta por una oposición a Freud: señala su carácter autoritario, su falta de apertura temática (que el Freud de la película justifica de cara a la disputa con los contrincantes del psicoanálisis y no como un asunto doctrinario). Se distancian –cosa que el suizo llenará después de diferencias teóricas— porque Jung no soporta su propia posición frente a Freud. Pero la película deja constancia de que no es la única postura posible: cuando Sabina pone en consideración su tesis ante Jung, éste atraviesa su disputa con Freud. En cambio, cuando ella la pone a consideración de Freud, a éste le luce como una propuesta interesante, digna de ser discutida en el campo psicoanalítico, aunque no la entienda del todo. Así, mientras Jung juzga la postura de ella como una toma de decisión entre dos personas en conflicto, ella —que aboga por la reconciliación de los dos pensadores— entiende su mayor afinidad con uno de los dos por razones teóricas. Así se configura el quinto punto de esta línea interpretativa: Sabina ha hecho una transferencia con el trabajo, ya no con las personas que comandan una u otra postura.
Al principio, Sabina experimenta náuseas cuando contempla una imagen de humillación. Pero, al mismo tiempo, ella ha ligado la excitación sexual a la escena de azotes del padre. No puede, entonces deshacerse de eso fácilmente, pues sacrificaría su modo de satisfacción: vemos que ella traslada la escena con el padre a sus encuentros sexuales con un hombre, hace algo con el síntoma. Sexto punto: el síntoma no se elimina —es la invención más singular del sujeto—, sino que se reduce y su resto se utiliza para inventar algo en el encuentro sexual con el otro (en su caso, también hará parte de la teoría que ella propone al campo psicoanalítico).
La paciente queda habilitada para elegir una vida amorosa: se casa y, hacia el final, nos enteramos de que está embarazada. Pero, además, ha hecho su elección por fuera de la transferencia con Jung: ha elegido a alguien ligado a su propia tierra y va a regresar a ella a ejercer profesionalmente. Ahora es Jung quien luce “enfermo” y es a ella —¿o a la postura que representa?— a quien se le pide analizarlo... cosa que no hace, por supuesto. En su nueva posición (no porque sea médica, pero para serlo ha jugado esa posición), y debido a sus logros, ahora Freud le remite un paciente. Séptimo punto: quien ejerce el psicoanálisis no es alguien “curado”, sino alguien que ha elaborado suficientemente en relación con su síntoma, al punto que puede no involucrarlo en la escucha a otras personas, cuando ocupa el lugar del analista.
En resumen, la película es más interesante por lo que estructura (el psicoanálisis es una clínica ejercida por quien ha atravesado su propio padecimiento subjetivo) que por lo que quiere mostrar.
[1] Freud mismo tiene dos en esa línea: “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” (1914), y “Presentación autobiográfica” (1924).
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