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miércoles, 28 de marzo de 2012

Psicoanálisis… ¿todavía? (4)

Sesión del Lunes 12 de marzo de 2012
El sujeto cartesiano, el que se produce en las Meditaciones metafísicas, es el sujeto de la Ciencia (con mayúscula). Y el sujeto de la Ciencia es aquel del que se hace cargo el psicoanálisis. Implicación: no es posible la clínica psicoanalítica antes de la época de la Ciencia. Entonces, habría que concluir que antes de la aparición de la Ciencia no existía el (mismo) sujeto; tal consideración no sería epistémica: por ejemplo, que se habrían necesitado ciertas condiciones de posibilidad, en términos del saber, conocer asuntos que antes ignorábamos; no. Se trata de otra perspectiva, aquella que nos hace plantear que antes había “las ciencias” y a partir más o menos del siglo XVII podemos hablar de la Ciencia. Es la condición que materializa el ejercicio del filósofo en sus Meditaciones. Las ciencias (en plural) forman parte del saber en el que el ‘individuo’ está alienado, es decir, representado; se trata de saberes que todavía celebran —de alguna manera— las bodas de los principios masculino y femenino. Ahí podemos hablar de una “eficacia simbólica”, tal como la acuñó Lévi-Strauss (no en vano, el ejemplo del antropólogo francés es sobre los Cuna, una cultura no-occidental). La Ciencia, en cambio, excluye al sujeto. Para el psicoanálisis, el sujeto es un efecto de la ciencia. No se trata de que —a la manera de Pascal— el avance del conocimiento se pueda equiparar a un ser humano que aprendiera continuamente… se trata más bien de otro sujeto. Tampoco el asunto consiste en “rupturas epistemológicas” —a la manera de Bachelard—, en las que aprendemos por discontinuidad, por rupturas… no, se trata de otro sujeto.

El sujeto de la Ciencia no está representado en el saber: antes de ella, se puede decir que el individuo está alienado —en el buen sentido— en el saber de la cultura. En la Ciencia, el sujeto queda excluido, justamente porque queda establecido que no hay bodas entre lo masculino y lo femenino. Lo que hay es una tendencia creciente a la formalización, la cual excluye el sentido, es justamente la caída del sentido. En la fórmula de la gravitación nada se dice de la vida de los sujetos (como en las cosmogonías); allí los cuerpos han quedado reducidos a unas pequeñas letras (m1, m2), sobre las que recaen operaciones matemáticas (la multiplicación, la división), no una “atracción”. En el campo de la astrología, en cambio, la posición de los planetas en relación con las constelaciones tiene un sentido, dice algo sobre los humanos. En la fórmula no hay sentido. El sentido es una elucubración, la Ciencia opera sin sentido. De ahí que, según Lacan, le haya callado la boca a las estrellas.

Así las cosas, el psicoanálisis se hace cargo del sujeto en tanto no tiene sentido, en tanto cayó el sentido, en tanto hay una imposibilidad de hacer encajar los principios masculino y femenino. El sujeto del que se hace cargo el psicoanálisis es el que ha sido arrojado, aquel que figura más bien como una variable de la fórmula, como una cifra que ha de ser despejada. Ese es el sujeto que produce Descartes en sus Meditaciones (hay otras lecturas de ese texto, por supuesto).

Tal vez el mecanismo de exclusión del sujeto es de la modernidad, no es exclusivo de la Ciencia... aunque habría que establecer si los otros mecanismos de exclusión del sujeto son efectos de este corte de La Ciencia…

En ausencia del sentido, ¿qué hacemos? Todo el tiempo estamos tratando de producir sentido. El análisis de las lenguas y de los mitos muestra que sus cambios son efectos de las tensiones entre sus elementos formales, pero los hablantes están tentados a explicarlos de manera funcional. Los vínculos entre nosotros son inventos para tapar la falta de sentido. El psicoanálisis trabaja, entonces, en dirección a la formalización: que el sujeto llegue a su fórmula. Pero, para eso, se necesita el largo trayecto que implica despejarla de entre todas las elucubraciones que se han construido alrededor de la falta. El sujeto podrá, entonces, inventar otra cosa... no olvidemos que aquello que hemos puesto para obturar ese lugar nos produce malestar; de lo contrario, nunca nos habríamos dado cuenta de que había una elucubración (delirante) sobre un vacío (estructural). No habría queja… no habría clínica psicoanalítica. En el fondo hay un “no hay”, así todo intento de que haya, es fallido y produce inevitablemente malestar.

Ahora, si bien cada sujeto tiene su ecuación, que se hace con caracteres hasta cierto punto universales, hay cifras —letras— de las cuales sólo él sabe… y hay al menos una manera de operar con la fórmula que sólo a él le compete (entre las reglas de juego para operar con esa fórmula, al menos una solo se la sabe el sujeto; la formalización necesariamente tiene una regla que es singular, se necesita conocer su funcionamiento específico). Por eso, en el psicoanálisis es el analizante el que trabaja, a la manera de la reducción que hace Descartes en las Meditaciones. El analista tiene un lugar muy preciso: está allí para que se haga el trabajo; y, para que se haga ese trabajo, no puede estar cualquiera ni de cualquier forma.

Estamos “llenos” del intento de llenar con sentido el hueco, entonces qué puede hacer el psicoanálisis: es distinto saber que no se puede llenar, y decidir cómo tramitar eso (restituir la cadena implica algo nuevo); a creer que se puede obturar con algo. Todos los intentos humanos adolecen de la misma ilusión. El sujeto no lo representa como un vacío, lo llena con algún sentido… aunque el sentido, de un lado, no es cualquiera, dado que el elemento faltante es un plano inclinado por el que las palabras se ruedan; y, de otro lado, se hace delante de otros que representan el hecho inevitable de la referencia transindividual (en la construcción del sentido no podemos dejar de recurrir al otro... de alguna manera).