lunes, 13 de agosto de 2012

Crónica de un sueño


Lizbeth Ahumada Yanet
Una noticia  se ha resistido a vivir el tiempo que le es propio por definición, ellas como tal, son luz de un día. Esta no. Hace un año da de qué hablar, ha dejado de ser un acontecimiento noticioso para perdurar como historia, insuficiente, inacabada. Nos referimos a un crimen no resuelto conocido como El caso Colmenares, constituido en una suerte de conversatorio nacional, puesto que tiene a todo un país inmerso en la conjetura colectiva. Los detalles: el 31 de octubre del 2010, en una madrugada bogotana (después de una fiesta de Halloween), apareció el cuerpo de un joven en el canal de aguas de un parque, en una elegante zona de la ciudad. La versión del suceso se redujo a que el joven Colmenares salió corriendo del lugar, embriagado, y en la oscuridad cayó al canal y murió. El cadáver se halló en horas de la mañana, con ayuda de la policía y de los familiares. Nada más. Se trataba de un accidente, y así fue reseñado en los diarios, sin mayores títulos ni primeras páginas.  Al cabo de varios meses, a partir de la exhumación del cuerpo y del dictamen del médico forense relativo a que las marcas encontradas en el cuerpo no son las propias de una caída accidental, sino de un asesinato, se empieza a escribir cada día sobre este suceso, con nuevos detalles, revelaciones, investigaciones, demandas, detenciones, interrogatorios,  pruebas, acusaciones, defensas, etc. Escenario propio de la narrativa policial tipo Agatha Christie: ¿quién es el asesino? ¿cuál  es el móvil?
Los protagonistas de esta historia son jóvenes bellos, adinerados, pertenecientes  a una Universidad prestigiosa de Colombia  defendidos por famosos y costosos abogados, que hacen su mejor esfuerzo para que en los medios aparezca incesantemente los resultados de su labor bien para defender, bien para condenar;  esfuerzo que se ha desplazado al nivel de interés social. Tres jóvenes son los acusados, dos mujeres y un hombre, que no pasan de los 23 años. Se trata de develar qué ocurrió entre la salida del bar donde se encontraban y la llegada al lugar donde falleció Colmenares. En este intento resultan increíbles los niveles de sofisticación que Fiscalía y Defensa han conseguido para acumular indicios que lleven a la verdad. Entre otros, han desfilado profesionales  “caza mentiras” o “polígrafos humanos” cuya labor se basa en detectar en los tonos de voz y los gestos corporales los elementos que indicarían el registro de la verdad o de la falsedad en los testimonios de unos y otros. Claro, esta profesionalización de la detección de la mentira, es ofrecida por  estamentos de inteligencia de Estados Unidos como la CIA. Vieja pretensión de establecer un correlato fisiológico o comportamental de la mentira, cercenada de su compañera, la verdad. Puesto que para este tipo de métodos la verdad es una deducción de la no presencia de elementos que detecten la mentira.  Pero aún así, la verdad, consigna de la justicia, no asoma sus narices. El juicio formal empieza en un par de semanas, y los acusados, detenidos, esperan  el proceso.

La vorágine a la que ha conducido este suceso, oculta el punto  que dio lugar a esta historia: un sueño. Sí, la madre soñó que su hijo le dice: “busca en mi cuerpo, las pruebas están en mi cuerpo”. He aquí que, en el marco de su duelo, le surge el ánimo indestructible de hacer exhumar el cuerpo de su hijo, para hacerlo ver de expertos forenses.  Acá, como en el sueño freudiano de “Padre no ves….?” un hijo interpela a su madre para que vea;  y en efecto, es este cuerpo el que, con sus marcas, se constituye en la prueba reina del juicio. Tener razón coincide en este punto con “la razón del sueño”. Para Freud se trataba de la expresión de una realidad, de una continuidad al servicio del deseo.  El sueño narrado se constituye en una doble marca de la expresión de un deseo de  verdad (como en la prosopopeya de la verdad lacaniana: yo, la verdad, hablo) él mismo es una prueba para la soñante y él mismo anida en su expresión las pruebas encarnadas. Encontramos así el deseo decidido de una madre expresado en el sueño y llevado hasta el acto –de exhumación-. La acción no coincide, no es simultánea, como en el caso freudiano, con el despertar; sino que en este caso el tiempo requerido para que se decante el saber en el sueño es fundamental.
 Lo que  se ha difundido muy poco, y ha sido un dato totalmente desestimado, es que esta mujer pertenece a una “cultura de sueños” (Na Lapumajanaka) según la bella expresión de Michel Perrin[i]; se trata de la cultura Wayúu (Población indígena habitante de la península de La Guajira colombiana). Como madre hace los oficios, según la organización matriarcal de esta cultura, de transmitir un saber y una tradición donde el sueño (lapü) cumple una función primordial: En esta cultura los sueños son la vía privilegiada del saber y de la comunicación con los muertos, es una función sagrada, que inscribe un saber en lo real, configura un modo de vivir.   
Entre los aspectos más relevantes de la cultura Wayuu, se destaca una marcada creencia en los sueños, ellos rigen gran parte de sus vidas, al ser considerados como guías en los sucesos que les puedan acontecer. Guías que, en ocasiones, les presagian, les previenen, les preparan y ayudan a mantenerse en armonía con la naturaleza, con sus diferentes deidades y con el mundo en general. Los sueños son definidos como una presencia cotidiana que ordena el pasado y decide el futuro[ii]. Desde tiempos ancestrales, éstos han sido considerados como una forma de integración y un patrón de convivencia. De hecho, el saludo entre los wayuu no se refiere al cómo se durmió sino al qué se soñó.
 No es necesario entender que se trata en el sueño de una suprarealidad que reduciría en su forcejeo la verdad a lo real, como puede observarse el lugar reverencial del sueño en esta población; lo que si resulta conmovedor es constatar cómo en una cultura que aún resiste los embates occidentales del derrumbe de la eficacia del semblante paterno; se privilegia la función de este semblante como un modo de relación limítrofe con la verdad y con lo real. Aún, a través de él, algo de esa relación, en toda su complejidad, se puede inscribir.
De ese modo, con el ideal de llegar a la verdad toda, esta mujer wayuu ha hecho conocer a una sociedad la fortaleza de lo que ocupa el lugar de causa, y ha dado la batalla de tal forma que no es posible desentenderse de esta historia particular, es la causa de una colectividad. Los poderes de diversa índole, oscuros y claros, no han podido desalojar esta causa, sin entender demasiado que lo que está en juego, además,  es la afrenta perpetuada al tocar la aún sagrada relación a un semblante fundamental, expresada en una formación del inconsciente. Y la evidencia es que no cesa de escribirse esta crónica que empezó con un sueño y que hoy me hace escribir estas líneas.


* Texto escrito para la revista virtual francesa "Lacan Quotidienne" de la AMP. Hay versión del texto en francés. Saldrá publicado en septiembre, por vacaciones europeas.
[i] Michel Perrin en sus textos El Camino de los Indios Muertos (1980) Los Practicantes del sueño, (1995)

[ii] Eliana  Jeanel Palacio Paz.  Tesis de grado con mención: NA LAPUMAJANAKA: LOS WAYUU UNA CULTURA DE SUEÑOS. La influencia de los Testigos de Jehová en la práctica ancestral de los sueños en la comunidad indígena Wayuu.  Universidad Externado de Colombia, junio de 2012




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