Cuando decimos “Psicoanálisis todavía”, ¿invitamos
a la repetición, a la permanencia? No: la expresión también invita a mirar
menos de lo mismo, a algo de la novedad: un llamado a no decir y escribir
siempre lo mismo. Para este encuentro, adopta la forma de la precisión, que implica un aire de otra
cosa. Ahora bien, mientras que en la ciencia la precisión tiene que ver con un
saber a prueba de sujeto, el psicoanálisis se hace cargo del sujeto, de un
saber que lo ha atrapado, con el cual ha hecho una elaboración de la cual puede
dar cuenta; y la precisión implica allí preguntas como: ¿cuántas veces?, ¿desde
cuándo?, ¿en qué momento se angustia?... con cada una de estas sencillas preguntas,
se busca que el mismo sujeto se sorprenda: él no había pensado los detalles que
rodean su síntoma o problema.
Lo que el psicoanálisis busca en una historia
clínica es precisamente la precisión. La precisión contraría la variedad, la “carreta”:
implica un esfuerzo por dar la palabra justa… y esto no es sencillo, pues se
tiende a vagar en los pensamientos. La precisión requiere esfuerzo y
disposición.
Para Lacan, Descartes es una figura central: el
sujeto cartesiano es el sujeto del psicoanálisis. La experiencia cartesiana tiene
algo de experiencia psicoanalítica. Lacan dijo que Descartes había reflexionado
como un analizante: realizó una
reflexión propia, es decir, se hizo analizante de su propia experiencia de vida.
Se sumerge en una experiencia de vaciamiento de saber, poniendo en primer
término la experiencia subjetiva; es decir: es el sujeto de su propia
experiencia. Además, se impone a sí mismo una condición para hacer ese
vaciamiento: buscar una certeza; dejar de saber, para llegar a una certeza (hace
una escansión entre certeza y saber). Entonces, hace el proceso de llegar a una
certeza pero vaciando, desechando, todo lo que sabe, descreyendo de los
semblantes que le rodean, de todo lo que hace parecer que es. La duda
cartesiana es una duda metódica: apunta a todo lo que hacía de campo de saber, pone
entre paréntesis lo que se cree saber, ver, imaginar. No suponer nada, es quedar
vacío.
Nuestras falsas certidumbres tienen que ver con la
idea de saber: saber decir, saber de un hombre, saber qué busca una mujer, el
sabio es tal persona. El saber va aparejado con la idea de una cierta
estabilidad. Entonces, vaciarse de saber, vaciarse de las anclas imaginarias,
puede producir angustia o, al menos, desequilibrio. Es quitarse el abrigo de la
seguridad del saber, es esto de lo que se va despojando Descartes en sus Meditaciones. Y lo que queda es una
certeza: no la del saber, sino la del Ser. Escansión que interesa mucho al
psicoanálisis, no es por el lado del
saber que alguien Es.
Una experiencia conmovedora —muestra Descartes— tiene
que ver con la precisión: hay que ir a los detalles de toda la vida; y para ver
de qué voy a dudar, es necesario poder precisar un proceso, precisar su método.
Así, las únicas ideas que le parecen precisas son las de las matemáticas: hay
que esforzarse para llegar a la precisión. No en vano, Lacan Lacan estaba
interesado en los matemas, en simplificar la experiencia del análisis a tal
punto de precisar uno par de elementos que han marcado toda una vida. La
experiencia psicoanalítica empieza con una novela voluminosa (muchos los
elementos, complicaciones, problemas)… pero termina en un cuento breve: es el
punto de precisión de los pocos elementos que han sostenido una vida.
Descartes no se queda en el yo de la conciencia; el
sujeto cartesiano no es un estado cerrado. Por un lado, da lugar a introducir
el problema del inconsciente; y, por otro, pone al sujeto del lado de la
vacuidad del saber, es un sujeto que queda vacío, que ya no es sostenido por la
representación, que no está lleno ni colmado de significación. ¡Ese es el
sujeto que le interesa al psicoanálisis!: un sujeto que aparece y desaparece;
un “yo soy” que emerge, pero que vuelve a la sombra: no se mantiene en un
estado definitivo del ser. Sujeto
pulsátil, dice Lacan: de pronto se cierra sorpresivamente. Es otro de los
detalles de la precisión. Ese pienso
luego soy, hay que tomarlo como un de
pronto.
Ese “de pronto” es lo que Freud llamó manifestaciones del inconsciente, sus
formas de presentación: de pronto dije una cosa por otra y ahí creo ser (dije ‘adiós’
y no ‘hola’… de pronto soy el que se quiere ir). A Lacan le interesó sacar lo
pulsátil del enunciado cartesiano: soy en ese momento, soy cuando me reí de
algo y no debí reírme, soy cuando soñé algo y es un sueño en que no me
reconozco… Es algo muy lejano del estado del ser ideal. Nada se asemeje más a
la vacuidad del sujeto cartesiano que no saber qué soy.
Un sueño, en el que Descartes se pregunta por lo
que va a ser, lleva a Lacan a pensar que en la experiencia analítica hay que
obtener una certeza: soy algo, o soy así. Se pasa, del vaciamiento de un
supuesto saber de lo que soy, a la obtención de una certeza de otra índole,
donde no hay duda, donde no interesa dudar. Vaciar el saber tiene una incidencia
real en el sujeto. No queda en el aire, tiene un efecto: pasa a un hacer como modo de concluir; llega a
producir algo en la vida del sujeto, pues ya no se sigue satisfaciendo en la
dicotomía saber/hacer, sino que extrae un acto a partir del saber vaciado,
procesado. Entonces acontece un ahora soy,
pero actúo conforme a lo que soy. Esto es, para Lacan, el final de una cura
analítica. Es el coraje que requirió Descartes, y que requiere cualquier
persona en la experiencia analítica, para sacar las certidumbres. Coraje quiere
decir franqueamiento para superar las trampas del saber. Sospechar de nuestras
certidumbres requiere coraje.
Tener ganas de cambiar, es lo que encuentra lacan
en Descartes; un hombre deseante, quiere decir que no retrocede frente al
umbral, que sigue avanzando.
Como vemos, psicoanálisis, filosofía y ciencia dicen
distinto la precisión. Para el psicoanálisis, la precisión es localizar lo real
que lo acecha; es decir, llevar al extremo la localización para intentar
cernir, cercar esa incógnita, sabiendo que se va a escapar, que no es posible
significarlo… sólo acecharlo. No se domeña.
* Reseña realizada por Lilian L. Caicedo Obando
Usualmente (en la escuela, en la calle, en el mundo, en la cotidianeidad, en la vida...) se cree que en el saber 'sabido' yace la seguridad y la calma prometida por esa ilusión de verdad fincada en la modernidad; pero no es cierto, ya que en la medida en que creemos acercarnos más al objeto de saber, nos distanciamos más... y aparece la angustia provocada por el abismo de lo 'no sabido', la angustia provocada por aquello que al nombrar, desaparece detrás de la palabra que lo intenta. Y es allí, en el reconocimiento y la aceptación de la imposibilidad por saber, en donde, desvencijados, se intenta hacer con la angustia y emerge el coraje para 'hacer con eso', con la ignorancia, con el 'no todo'... con lo imposible..., que a su vez y sin tiempo (como río que fluye): se transforma en posibilidad....
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