viernes, 25 de mayo de 2012

Reflexiones y argumentaciones plásticas

Formas de la mirada interior a través del retrato Ukiyo-e Lui Wei Con Hua Guofeng

Alonso Jiménez
El problema que intento desarrollar desde el concepto plástico se encadena a las formas textuales que operan desde el poema como estructura cifrada. Dicho de otra manera, como mensaje simbólico posiblemente engranado a recuerdos visuales en forma de nudos atados al lenguaje. La potencia máxima de tensión de estos nudos que se agrandan con la nutrición de imágenes o recorridos de vida que, a su vez, son generadores de conflictos y redes confusas, pueden reventar la relación oral-visual, emergiendo como desorientaciones, distorsiones, negaciones o potenciadores de acciones de marca social que transgreden lo cotidiano. Desde la mirada —entendida como una de las forma de lenguaje arcaico lleno de artificio comunicativo— posiblemente la precariedad de la vida nos catapulta a otros lenguajes como el de la mano y el dibujo, luego al signo y al complejo oralidad-signo.
Siempre y cuando podamos entender las relaciones e hilos delgados que construyen lo visual y lo oral, estamos obligados a repensar el poema, como una circunstancia no literaria, sino postergada desde la psiquis hasta el punto crucial de la dramaturgia plástica.
Los creadores —ejecutantes de novedades y variantes de los lenguajes— proponen impotencias afirmadas desde posibles miedos e incertidumbres, o desde el campo de la creación que se anuda a cada signo, hilado con dificultad por los conglomerados sociales de la prehistoria. No obstante, siendo impredecible e inagotable el terreno de los códigos, desde él debemos ser capaces de crear… o no seríamos artistas.

Un puente entre la mirada y la letra, a propósito del poema: Autorretrato de Patricia Ariza en Amsterdam.
La palabra que atraviesa la mirada vendría a ser como la mirada que penetra mi ser e hila en mi psiquis un hecho particular que puedo describir como un nudo entre la letra y el cuerpo mutilado. Deja de tener una relación aislada en tanto que la materia pictórica se hace intermediaria en el flujo de intercambios entre el signo, la fonética y el cuerpo, pudiendo intro-afectarse entre sí cada uno de estos universos.
Como medio expresivo, la pintura contiene dinámicas del tiempo y modelos insolubles que aparecen y desaparecen desde la mente. No deben tener una definición o explicación coherente; sus semas son trayectorias de intercambio dentro de redes temporales que se hacen evidentes sólo en una superficie de contenidos sincréticos, de acuerdo con el procedimiento de las mezclas, en dimensiones de la sustancia estética.
La mirada opera como necesidad y experiencia individual. Pero, al mismo tiempo, es una de las especies de revelaciones que se dan de un humano a otro. Ahora bien, no a todos les conviene acercarse a lo atroz de un acto que se empapa de lo más trágico de la necedad humana; una pintura de mi propio sonambulismo es un acto imperativo de lo innecesario o un contrasentido de una pesadilla, de la cual se encadenan —como esclavos— los acontecimientos del hombre, buscando remedios a la mirada de la muerte que se agazapa en ellos.
Imágenes que parecen muertas y enterradas en algún túnel fluido del tiempo, marcan las horas tenues y los impulsos que provienen de una conciencia mordida por el perro guardián que ejecuta los ladridos del corazón. Así es un autorretrato: un crimen proyectado a la humanidad que ha masacrado sin remordimiento a un espíritu débil que pedía auxilio.
La copia de mi conciencia no es un autorretrato, sino la ejecución de una pena y el agotamiento de mi recurso vital; es la escala superior de la resignación ante la palabra poema que no quiere decirme nadie en el tiempo mismo donde yo la requería; es en la letra purgada de un cuadro de donde emerge el mutante cadáver payaso, la máscara libre de secreciones, limpia de obsesiones y que, al ser sacudida bruscamente, se descarna en la mente del autorretratado, reviviendo la llama oscura de los cuestionamientos seculares.
Expulsada la fuerza de comunicación desde la conciencia, a través de la textura violenta de una pintura, aparecen en ella ataques de introyección espiritual, de fe y de búsqueda interior por los caminos de la violencia precisa, con que me dan castigo las fuerzas vivientes que espantosamente lanzan bramidos, mientras sus huesos crujen de odios en medio de la guerra que no termina a pesar de los siglos de la mentira.
Puede que para los mudos visuales, la mala ortografía pictórica sea el falso término dialectal de un poema. Es necesario que aparezcan los poetas visuales y sonoros, esos que hacen erupción en las descripciones extremas del sujeto artista; sin embargo, los dramas mentirosos, con sus crímenes, profanan las lenguas con ganchos de silencio para que nuestros mundos de percepción mueran atropellados en cualquier calle mental mugrienta de una urbe desconocida.
Antes que nada se debe confesar que el autorretrato se acepta como un acto de verdadera sensación, es el panorama confuso de una psiquis que se sobrepasa a sí misma para fatigarse al extremo de saberse yerta. El lenguaje propio del autorretratado reúne en sí, y por medio de la palabra, lo que el mundo de la mente indica marcar en su carne facial, no en su pecho inexpresivo, sino donde anidan las formas más terribles del dolor, el miedo, la angustia, la soledad o el profundo amor despertado a pesar de las hienas que operan en cada época.
La oposición, en cuanto a rechazo solitario asumido por un transgresor, puede ser en últimas una serie de relieves penosos de signos apuñalados en una tela, marcas nerviosas a manera de cárcel contenida en el carácter sinuoso de un dibujo en una composición turbia y triste de una verdad oculta, cuya evidencia solamente puede ser expresada en una noche o en una versión temblorosa y mitigante de algún espectáculo personal recluido en el inconsciente.
No hay justificación lógica que describa el encuentro de dos formas de arte que, además, se miren en las pupilas de la neurosis humana, con sus artefactos del lenguaje; justifican, eso sí, la existencia de las pasiones profundas del alma en cuyos circuitos se esconden los cimientos del caos y de la creación.
Materia negra insensible o una cabeza domesticada podrían pensarse como estímulos puntuales desde la palabra escrita para dos títulos de pinturas, pero también podrían ser precisiones instantáneas de una autolesión artística sin suicidio, o lo que podríamos entrar a juzgar como signos antropomórficos de una especie alucinada por la necesidad de automutilarse en silencio, en medio de la locura o, más aun, en medio de la mayor lucidez.
En la distorsión de la mirada aparece el predominio de la anemia o, si se quiere, de la desnutrición por el amor a la vida del otro que nos ha hecho especie fratricida. Quizá el dolor autoinfringido en nuestras conciencias tenga un rasgo de bestialidad mal direccionada, tanto como el goce por la oreja mutilada; o sea, no más que el efecto tipológico de autoafirmación de una enfermedad histórica asociada a la desorientación y a la precariedad de nuestro sistema de compasión. Por sabernos mortales, tenemos la incapacidad de entender nuestra permanencia fantasma, resistiéndonos a sucumbir frente a las adversidades, a sabiendas de que llevamos perdida cualquier guerra que emprendamos. Nuestra causa son los errores de apreciación de nuestra mente… curso de continuos errores y de pocas correcciones.
Mi cuerpo, entendido como una forma extendida de la conciencia y como acto fantasma de mi propio engaño visual, recrea mis proyecciones en él mismo y es susceptible de mutaciones e intervenciones auto-infringidas. Muy parecido es el cuerpo social que ha practicado en él mismo la tortura, el genocidio, la burla, la segregación, la esclavitud, la xenofobia, el racismo, la desaparición, la inquisición, la hoguera y toda forma execrable de lesión suicida, homicida y de depredación en sus congéneres como acontecimiento, no poético, sino absurdo, impregnado de corazas purulentas.
Hablo aquí desde lo poético, sin entrar en el campo del Homo economicus, pues éste practica la supresión del otro en el mercado libre, en la política y la cultura; nada es válido para él, a no ser que resulte rentable. Así, una oreja cortada, un organismo angustiado por la enfermedad, el hambre, la discriminación, el acorralado por la ignominia hasta la locura… vende en el mercado del fetichismo y la decodificación mediática.
El arte es un trance silencioso que pasa al mundo como muerte repetitiva y es susceptible de explotarse como imagen pornográfica o como evento de índole psicológico para que lacere, a manera de ampolla con aguadija de sadismo. De lo que yo hago, ¿usted qué no sería capaz de hacer?, cortarse una oreja, cortarse las venas, automutilarse, dejar morir de inanición a un niño en una galería o comerse un feto humano, asesinar civiles en Iraq, prenderse fuego en un plaza pública, poner minas, matar un soldado en directo y publicarlo en youtube o en los mass-media que han insensibilizado al televidente con su propaganda. ¿Cualquier código es el arte?….Van Gogh, le mostró al mundo la forma de apelar al robo de la mirada violentándose a sí mismo y luego dejándole a la mirada humana los alcances de sus artistas, repetidores de manías que asustan, especulan o brindan juegos macabros con el superego.
El libro de mis batallas es el cuadro y la palabra la coraza de su viaje y el cuerpo la zona de mi mundo donde la biología ha marcado todo el canon lesivo de la cultura y la sociedad. El marco de una historia amarrada al lenguaje, eso puede ser el arte, y aunque lo lesivo ya está en mi fragilidad, consolidándose en un periplo al que no puedo impugnar ni subvertir, soy un mutante en carne y arquitectura, pero hay algo duradero: la invención, que reside en la permanencia de la mirada y que se hace palabra o realidad en medio de la fatalidad.

1 comentario:

  1. ... pero hay algo duradero... : ¡la invención!, que reside en la permanencia de la mirada y que se hace palabra o realidad en medio de la fatalidad..................

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