El título en cuestión, al menos la segunda parte de él, se inspira en una situación narrada en los medios de comunicación. Una noticia.
Pude observar en un programa de televisión nacional, -muchos de uds. seguramente también lo observaron, lo que llamaría crónica de un suicidio por amor.
En efecto, hace unos meses las cámaras de televisión captaron el angustioso momento de un joven que, trepado en una torre de varios metros de altura, exhibió su intención de lanzarse al vacío. Con el fin de disuadirlo de no cometer este acto, llegaron varias personas: psicólogos, bomberos, medios de comunicación, vecinos… El único pedido que él hizo no se pudo realizar, quería que su amada fuera a verlo. Ella nunca lo supo, según testimonia en el programa. Lo particular de este caso, y lo dramático también, es que previo al acto suicida, el joven lanza un objeto que la cámara capta en su movimiento, la cámara sigue su caída lentamente, eso va cayendo…y al acercar más el lente se puede distinguir que se trata de un papel, se trata de una carta, de una ¡última carta de amor! Segundos después, siguiendo el trayecto de la carta, el joven se lanza al vacío ante la impotente mirada de todos. Se constata en acto el sentimiento de que el amor es la amenaza permanente de un abandono.
Una situación extrema sin lugar a dudas, pero a modo de tributo dio lugar a pensar en ciertos aspectos originales de esos lazos fundamentales en la vida del ser humano. En la situación narrada y vista, el resto queda del lado de la carta, de ese papel que busca su destinatario. Carta residuo de una operación, un resto que no tiene el mismo destino que el destino del enterramiento, del olvido del cuerpo. Al menos este es su objetivo: la inscripción perdurable en el Otro. El duro deseo de durar como decía lacan de la política del deseo. Una carta, unas letras que preceden a la muerte; testimonio de un sujeto que declaró, escribió de una última manera, al estilo del legado, la permanencia de su amor. La única cosa más o menos seria que puede hacerse es una carta de amor, decía Lacan. (sem. 20) Testimonio que de hecho no termina con la muerte, más bien lo hace más fuerte. Claro está que se trata del lado doloroso del amor; doloroso en tanto que el único valor a dar a los objetos de amor reside en la posibilidad de su pérdida.
El arte de la amistad
Sin duda, están los casos relativos a los lazos amistosos de las coyunturas temporales de la vida. La adolescencia y los grupos de intereses de género, son ejemplo de ello. Sería una variación de la frase de Ortega y Gasset : Yo, mis circunstancias y mis amigos.
En estos casos, los amigos vienen a instalarse en esas coordenadas que se relacionan con la sede de las identificaciones entre semejantes, es un recurso para ampliar la red de lazos y salir de la inmediatez necesaria de la familia. Es la amistad producto de la identificación horizontal a los pares, a los “parces”, por ende es un lazo vulnerable si está constituido circunstancialmente, al menos cabe la pregunta por el lazo una vez permute las coyunturas vitales del sujeto. De hecho, esta situación puede llegar a ser vivida como una “tiranía afectiva”.
Así por ejemplo un joven analizante me decía de la presión grupal que él sentía en ocasión de que la mujer que lo había cautivado fuese aprobada por sus amigos. De esta manera se ingenió una suerte de encuesta ficticia donde preguntaba a cada uno de los amigos que formaban su grupo, si ellos tendrían una relación con una chica mayor en edad y no tan agraciada (es decir, “vieja y fea”). Por supuesto, la mayoría respondió con un enfático ¡no! a la pregunta supuestamente anónima. El coro se había pronunciado. Pero ese Coro no podía tener en cuenta que para este joven consentir a este encuentro era crucial, era una conquista subjetiva de un carácter decisivo en el encuentro temido con el Otro sexual, y solo por esta razón no debía pasar por el tamiz de la consigna del bien preciado de la amistad. Así que la tentación de este joven fue en primera instancia la del rechazo a una verdad por la vía de la identificación imaginaria con esa pequeña horda esclavizante, pero necesaria en la inmersión al lazo del grupo de los parecidos.
Mi colega argentino Ernesto Sinatra ha hablado de amistades entre hombres (ha escrito ya dos libros respecto del conjunto de los hombres) y los prejuicios que se derivan de estas relaciones, prejuicios provenientes de las bocas femeninas, incluso con la envidia que engendra esta idealización fantástica: de allí la exclamación frecuente de mujeres que se jactan de que sus mejores amigos son hombres!, para demostrar lo imposible de la relación con otras…mujeres. La comunicación paradójica de la que habló la Escuela de Palo Alto, con Watzlawick a la cabeza, se daría con esta frase un festín: si solo se puede ser amiga de hombres entonces…habría que comportarse como uno de ellos en tanto lo que se ensalza es la relación entre pares. En fin, dejémoslo acá. En todo caso, se partiría de considerar que tal relación está exenta de envidia y celos, pero, cae en el olvido la premisa freudiana de que la medida fálica juega aquí su juego y que la guerra por el tener se tiende a los pies de cierta lógica de competencia masculina.
Por otra parte, vemos que en Europa y Norte América se identifica de manera patente que la red de amigos suple la red familiar, de hecho, el grito de la decadencia de la escena de la familia tradicional fue proferido primero allí y en el siglo que cursamos ya se consolida como una realidad. En Europa la idea del entramado de amigos como fundamento de la ausencia del clásico entramado familiar, constituye una paradoja: se le da un valor inigualable a la amistad, pero se hace de ella algo familiar….En este caso, observamos que de hecho la amistad está en el lugar de otra cosa, de la familia; así que el amigo es un sustituto de la pérdida de cierto funcionamiento familiar, es un sustituto de pleno derecho. La amistad actualmente cumple la función de suplir y esto ya la ubica o le da un estatuto particular. Si ella suple secundariamente entonces ¿en qué reside su originalidad? ¿La originalidad de ese lazo noble, permanente y seguro que une a dos?
Es un lazo tan antiguo como la humanidad, o al menos en lo que respecta a la tradición judeo cristiana, o a la cultura greco romana. Su espíritu está presente en las epopeyas homéricas, narradas alrededor de las batallas: Aquiles, Patroclo, en Hesíodo (S. VIII a.c. “Intercambio de favores”), en Esquilo, en las disquisiciones platónicas, en las aristotélicas, en la tragedia…Desde allí la naturaleza del lazo es realmente muy difícil de entender pero se fundamentaba a partir del color del amor, del erotismo, del saber, de la lealtad…con este lazo, se intenta articular, domeñar cierto goce excluido de la “civitas”.
Mme. de Sevigné dijo que las grandes amistades nunca son tranquilas y, aunque esto tenga todo su valor; hay amigos que lo que justamente proveen es una tranquilidad inconmensurable. Allí, se localiza una sede de preguntas y respuestas a la tramitación del peso de vivir, aquel que, a su manera encuentra el modo de que la experiencia de existir pueda estar ligada a la experiencia de existir de otro, se hace amigo.
También está el caso en que la misma experiencia vital se torne para quien era amigo, una radical afrenta, al rozar aunque sea mínimamente, un cimiento certero de esa vida (en términos de Freud: se empieza cediendo en las ideas y se termina cediendo en los principios).
La ruptura
El caso de la amistad del físico alemán Werner Heisenberg y el célebre físico judío danés Niels Bohr, nos puede indicar algo de esto, una pérdida irreversible, un hallazgo que se pierde para siempre (En efecto, la obra de teatro Copenhague de Michael Frayn pone en escena el encuentro de estos dos personajes pero… ¡después de muertos!). El último encuentro de estos dos amigos, donde se jugó la pérdida de la amistad, ha dado lugar a libros, obras de teatro y una película de relativa reciente aparición. Todos recursos que especulan sobre cómo pudo haber sido esa que, sin duda, fue una conversación muy importante sobre el uso de la energía atómica y, de paso, sobre el futuro de la humanidad.
Recordemos: La acción gira en torno a un suceso ocurrido en 1941, en la ciudad de Copenhague invadida por las fuerzas alemanas. Heisenberg, jefe del programa nuclear de Hitler, quien descubrió el principio de incertidumbre se reunió con Bohr, su maestro y amigo (Hay que decir que es un modelo eternamente repetido en la historia: el lazo de filiación simbólica que une a un maestro con su discípulo. Lazo que puede estar cargado de ambivalencia: por un lado, admiración y orgullo, pero por otro competencia celos y traición: el hijo superando al padre, el padre viéndose superado y opacado). Con Freud hay también casos al respecto. El más célebre, el de Jung. Nunca se ha sabido exactamente qué pretendía con esta reunión, dentro de un contexto entonces excepcional, hervidero de ideas y de apertura al avance irrefrenable de la ciencia. No se sabe lo que se dijo en ese encuentro. Al término de la guerra los testimonios de ambos eran vagos, ambiguos, y contradictorios. No se sabe si Heisenberg actuaba como un emisario para obtener información de Bohr sobre el programa atómico aliado, o bien quería proponerle que fueran los científicos quienes tomaran a su cargo la decisión sobre el futuro de la investigación atómica en el mundo, lo que equivalía a un compromiso mutuo para retrasar o impedir la construcción de bombas atómicas, o buscaba un consejo de Bohr sobre la responsabilidad que ha de tener un físico a la hora de trabajar en un proyecto que podría tener como consecuencia la construcción de armas de gran poder destructivo. La sentencia de Lacan El destino del científico es la división subjetiva, cobra acá todo su valor.
Aludamos ahora a ciertas amistades que se alimentan de la sustancia epistolar, y es que, como lo dice Proust “En la lectura, la amistad a menudo nos devuelve la primitiva pureza”.
El novelista victoriano Charles Dickens y el escritor infantil Hans Christian Andersen.
Los dos autores al conocerse se declararon su mutua admiración. Dickens regaló a Andersen una docena de sus libros y a partir de ahí se entabló una animada correspondencia epistolar por diez años. Dickens finalmente invitó a Andersen a pasar una temporada en su casa y este aceptó, prometiendo “no ser un gran estorbo”. Sin embargo su estancia se prolongó cinco semanas.
Podría pensarse que las cosas no pudieron ser tan malas si los Dickens le toleraron tanto tiempo. Pero según parece el inglés en sus maneras de caballero, no se permitía algún reproche más allá de sutiles indirectas, que para el danés pasarían totalmente inadvertidas. Cuenta la anécdota que el gesto que tuvo Dickens cuando finalmente sacó a Andersen de su casa lo dice todo: Fue al cuarto de invitados y escribió en el espejo: “Hans Andersen durmió en esta habitación durante cinco semanas – ¡que a la familia le parecieron siglos!”.
Pues bien, el incidente Dickens-Andersen, o tal vez el de Bohr y Heisenberg, a partir del cual hay una ruptura irremediable, toca ciertos principios vitales para los involucrados. En el caso Dickens perturbó una homeostásis o equilibrio en lo que se puede vivir como la transgresión de una frontera que toca lo insoportable para un sujeto. Dicen que Andersen jamás se dio por aludido y murió sin entender por qué Dickens no volvió a responderle una carta. En el de Bohr y Heisenberg la frontera introduce la idea misma de la vida, del proyecto de la vida con los otros. Hay acá la consideración de una ética infranqueable.
Tal vez ahora, en términos generales, las rupturas no requieren de este límite, no hay tiempo que medie. Con mayor fragilidad, y aludiendo a motivos de índole narcisístico o práctico, las amistades consideradas como tales se rompen, o simplemente se pone en evidencia que no lo era.
Ida y vuelta
Tomemos ahora, la amistad entre dos mujeres, que contraría la idea de Montaigne (devenida creencia) de que las mujeres no pueden ser amigas entre ellas, así como tampoco lo pueden ser un hombre y una mujer.
El libro con el título “Entre amigas” da fe de esta afortunada posibilidad. Se trata de la publicación de la correspondencia entre Hanna Arendt y Mary Mac Carthy por cerca de treinta años, sin exención de los encuentros personales.
También hay aquí la explicitación de un recorte, un elemento, un rasgo del Otro, que signa la elección del partenaire amistoso. Por ejemplo, “El humor escéptico” de Hanna Arendt lo que deslumbró a Mary MacCarthy (Para ilustrar este humor, una anécdota de William Phillips (Director Partisan Revew). Después de un encuentro con Simone de Beauvoir, le comenta a Arendt lo sorprendido que estaba de la infinidad de tonterías que ésta le había dicho sobre Norteamérica; a lo que Arendt replicó: “El problema es que Ud. No se da cuenta de que ella no es muy inteligente. En vez de discutir con ella, mejor sería que la cortejara”): “Su amistad no obstante, hubo de superar una observación poco feliz que hizo McCarthy en 1945. Encontrándose ambas en una cena, en Nueva York, se habla de la actitud hostil de los ciudadanos franceses hacia los alemanes que ocupaban París. Mary declaró que lo lamentaba por Hitler, pues era un hombre tan absurdo que hasta deseaba el amor de sus víctimas. “La frase fue puro McCarthysmo” -nos dice Carol Brightman, quien entrevistó a MacCarthy a mediados de los 70-, calculada para ofender a los antifacistas devotos, no a Hanna Arendt. Pero Arendt se enfureció: “¿Cómo se atreve ud. a decir algo así en mi presencia, yo, una víctima de Hitler, alguien que ha estado en un campo de concentración?” MacCarthy no atinó a disculparse. Tres años después se cruzaron en una estación del metro, a la salida…y Arendt, según refirió MacCarthy, se volvió hacia ella y le dijo: “Terminemos con esta tontería. Pensamos de forma muy parecida” –obviamente no se refiere al pensamiento intelectual (por ejemplo MacCarthy era una convencida de que el amor podía mejorar a las personas –fue consecuente en sus prolíficas relaciones- Arendt, en cambio, más sombría, defendía la idea nitzcheana de que uno se convierte en lo que “uno es”).
MacCarthy se disculpó por lo que había dicho en esa cena y Arendt admitió que jamás había estado en un campo de concentración, sino internada en un campo en Francia. En este punto se puede observar que cae de lado y lado identificaciones imaginarias que podrían limitar un reencuentro, en este sentido hay una decisión de franquear esa detención imaginaria con el ánimo de enaltecer un verdadero lazo de amistad. “A partir de entonces la amistad entre ellas se profundizó hasta un grado que no tiene equivalente entre los intelectuales modernos” (C. Brightman. Entre amigas. Correspondencia entre Hanna Arendt y Mary MacCarthy – 1.949-1975- Ed. Lumen, Barcelona, 1998 [pág.11]).
La amistad, espiral sinuoso del corazón, como gustaba decir a Arendt, como los destellos de la elección, implica un consentir al otro, sin por eso trasgredir la asunción del propio deseo. Poder cruzar esa franja de la identidad con el otro, para poder ser amigos en la diferencia, en la verdadera e inapelable alteridad, es realmente el coraje requerido en el lazo amistoso. Para ser justos, Montaigne es quien también introduce la idea contraria a la aristotélica (quien sostenía que la amistad perfecta es la de los hombres iguales en virtud) de que la amistad posible se engendra en el reconocimiento de la diferencia y el respeto. Pero, añadimos, esa diferencia y ese respeto debe considerar los límites en que se asienta las posibilidades reales para un sujeto. Y esto para un amigo debe ser invulnerable.
En la amistad se puede percibir que algo es irremplazable (por supuesto en el amor también), y es justamente aquello mismo que la provoca; lo perdido no es reemplazable y por eso los sustitutos, los múltiples, no logran recuperarlo.
Leía que hace unos días (www.Lacanquotidiene.com.fr), en el lanzamiento de su libro en Paris, O Soledad, la escritora Catherine Millot relataba, como la paciente de Lacan que fue, que ante la queja y el dolor de sentirse profundamente sola en la vida, Lacan interviene diciéndole: “No está sola, pero eso no la hace sin embargo, menos sola” Tenemos así una soledad que se puede compartir sin por eso caer en la ilusión de su extinción. Una soledad que no carga al otro con el peso de la responsabilidad de ella sino que se hace la causa del deseo de estar con otro, y de esto se es responsable. Lacan dice del amor que éste permite condescender el goce al deseo. También podemos decirlo de la amistad ¿por qué no? que, a diferencia del amor que intenta hacer de lo Otro Uno, ella, la amistad, la verdadera, intenta hacer de lo Uno Otro.
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