Lizbeth Ahumada Yanet
El Otro del cual el síntoma es mensaje comprende el campo de la
cultura…hay toda una economía sintomática que aun no ha sido conceptualizada. Esto
es clínica —porque la clínica no es sólo de la Cosa, sino del Otro(1)
Sentido social de la confianza
Sorprende la cada vez más
frecuente literatura que apunta a cernir lo fundamental y sintomático de
nuestra cultura. Sorprende en la medida en que se intenta encarnar en los
sujetos que hacen parte de determinada realidad social, lo que hasta hace
algunas décadas se dejaba en manos de una estructura –por ejemplo económica-
que no requería de implicación subjetiva alguna, para la formalización de
problemáticas sociales. Me refiero a lo que actualmente, desde campos como el
de la economía, la política, y la sociología se constituye en una indagación:
las características o formas de
relación de los miembros de una sociedad pueden determinar lo más singular de
un síntoma social; que incide directamente sobre el deterioro, la falta de
progreso, la falta de desarrollo a diversos niveles, la falta de conciliación y
mediación, etc. Se prevé, entonces, que un cambio a tal nivel, implica un
cambio en el nivel mismo de la relación intersubjetiva.
Aunque mi interés no radica en
la profundización del tema desde el campo de las llamadas ciencias sociales y
menos aún de la política que de éste se desprende, si quisiera contemplar
algunos planteamientos que desde allí se han producido últimamente, y que aíslan
un elemento decisivo a tener en cuenta en lo que hace a la constatación de
cierta identidad compartida por los colombianos y que permea sus formas de
institucionalización: la desconfianza. Así, tomando distancia a partir de lo
que nos interesa a los psicoanalistas, podríamos intentar entender una nueva
versión de este elemento en lo que concierne a la forma de agrupación de los
psicoanalistas, ya que se trata en ello de una lógica relativa al campo del
sujeto dividido, del uno por uno, y de lo que de eso se colectiviza.
En efecto, la confianza, o mas
bien, la falta de ella, se vislumbra como un factor predominante en las
discusiones relativas al tema antes mencionado; la particular forma de
establecer lazos sociales con los otros parece estar signada por la
desconfianza: desde la ligereza volátil que se otorga a la palabra y que
conduce al redoblamiento infinito de documentos escritos que avalen tal
palabra, hasta los gestos ritualísticos que acompañan el intercambio monetario
siempre con miras a verificar si se trata de un billete o una moneda falsa
sobre lo cual se está advertido. Encontramos una referencia que alude al
interés en este campo: “La confianza es una disposición afectiva propia del
mundo moderno. Supone, para su desarrollo, el nacimiento de una conciencia
moral de naturaleza reflexiva y universalista cuyas bases comienzan tímidamente
a echarse en un primer momento con la moral del amor cristiano –con la caridad
como su correlato- y cuajan de forma definitiva, finalmente, con las exigencias
morales de la Reforma Protestante, por una parte, y con las exigencias
funcionales del desarrollo de la economía del mercado, por otra” (2).
J. Sudarski, consultor y
estudioso del tema, afirma: “Confiar en los demás no es una característica
personal, así cada cual confíe o no. Es una característica relativamente homogénea
de los miembros de una sociedad, es decir, es parte de la cultura. Como tal
tiene profundas raíces religiosas e históricas producto de la ruta particular
de cada país o región, con importantes portadores y estructuras
institucionales. Los portadores de confianza no son solo unos pocos como por
ejemplo, en la relación clientelista, sino cuando, precisamente, en las
sociedades modernas este elemento universalista es representado por la
condición de ciudadano” (3).
En esta tónica, extrae las directrices políticas que permiten la actuación en
este campo, y para ello alude y hace resonar en lo correspondiente a la
instalación misma de la ley, aquella premisa propia de la colonia española en
voz de los encomenderos: se obedece pero no se cumple, desconfianza y ley quedan
así anudadas (lo dejo tan solo señalado). “La tradición colombiana, vía la del
imperio español y el catolicismo, tiene elementos que determinan esta ausencia
de responsabilidad de los ciudadanos por lo público y dificulta enormemente
–por su continuidad en la estructura simbólica- el desarrollo de la confianza
interpersonal generalizada y la responsabilidad por lo público. La
participación cívica, es decir, en organizaciones voluntarias seculares, es
definitivamente una ruta para ampliar esta confianza y de urdir un tejido
social por fuera de lo estrictamente familiar”.
Sudarski además, va a señalar
mediante la narración de una anécdota ocurrida con Takeushi, un matemático
japonés -que vivió en Colombia y concluyó que un colombiano es mucho más inteligente
que un japonés, pero dos japoneses son mucho más inteligentes que dos
colombianos- que el secreto final de nuestra sociedad se refiere a una
extraordinaria viveza individual y una extraordinaria bobería colectiva: “La
viveza individual nos hace recursivos, emprendedores, rápidos, flexibles,
cálidos y soñadores. La bobería colectiva tiene sus expresiones más flagrantes
en la violencia como método para zanjar conflictos, el narcotráfico como
exportación estrella, el clientelismo como eje de la política y la falta de
bienes públicos (digamos, justicia, ciencia, educación o carreteras) como clave
del subdesarrollo económico y de la pobreza” (4).
Ahora bien, aunque estas formulaciones que en aras de su validez, recurren a
estudios y análisis estadísticos, testimonian del arraigo cristalizado por
siglos de la desconfianza que genera lo que han llamado la cultura de la
ventaja, virtualmente solidaria con la astucia, con el ingenio, con la viveza,
plantean también algo que nos interesa: “la cultura de la ventaja no aparece
desde esta perspectiva como una peculiaridad colombiana funcionalmente perversa
y moralmente censurable sino, más bien, como algo “típico” de algunas formas de
organización social y, pace Weber,
como una expresión del grado de institucionalización del sistema social y no
como una causa de sus tropiezos” (5).
Confianza y Otro
Ahora bien, si partimos de las
anteriores ideas que conciben la desconfianza como una suerte de posición
actitudinal y característica, que implica a cada miembro de la sociedad
colombiana, pero que además lo atraviesa y lo excede; debemos entender que se
trata de una forma de identificación en términos de la creencia más o menos
institucionalizada de un cierto funcionamiento del Otro de la cultura; y por
ello no se trataría de la causa sino mas bien de lo que de ella se aleja. El
Otro del engaño, el que controla su intencionalidad o no de daño, es aquel con
el que el sujeto se relaciona, al hacer de esta relación que opera, una forma
colectiva y elevar así, el rasgo de la desconfianza al nivel de una dimensión
imaginaria constitutiva del ser.
Desde el psicoanálisis, la
forma-ción sintomática es la del sujeto. Recordemos lo planteado por
J.A.Miller: “el síntoma se introduce siempre por un lado imaginario y,
me parece, eso es también lo que Lacan destaca cuando dice: “el síntoma es un
fenómeno de creencia”, no es un saber es una creencia…” (6). Hay
entonces creencia generalizable. La clínica del neurótico nos demuestra que si
hay algo en lo que se confía es en el fantasma como defensa. Confianza y
desconfianza, bascularían en términos del fantasma, estarían a tono con el
tinte de interpretación fantasmática de la realidad para un sujeto.
Ahora bien, como Miller lo recuerda,
un análisis evidencia que “hay una simbolización constante del síntoma y un
estatuto que también le hace experimentar desplazamientos. Es decir, el síntoma
se encuentra sujeto a los efectos de sentido. Con los beneficios secundarios
del síntoma, el sujeto puede ver poco a poco el buen lado de su síntoma: que
entra en análisis con la percepción del peso de las ventajas, de los
inconvenientes del síntoma y después descubre poco a poco los beneficios que
también obtiene” y en lo que toca al síntoma como real, “es una gran reducción
de lo imaginario y de lo simbólico del síntoma. El síntoma como real, lo que
podríamos llamar el síntoma fundamental…es el momento en que el síntoma se
percibe, se experimenta como un modo de gozar” (7).
Extraer entonces, de esa subjetivación del particular modo de gozar, las
consecuencias del saber sobre el Otro barrado, implica la responsabilidad
subjetiva y la renovación de los lazos con el Otro a partir de la ubicación en
relación a la barra, al agujero del Otro. La confianza acá se tiñe de este
saber.
En el diccionario de María
Moliner, las acepciones del término confianza están referidas al ánimo, el
aliento, el vigor para obrar, la firmeza, la seguridad, el pacto o convenio con
otro. Este matiz de fuerza, de empuje decidido que encontramos en algunas de
estas referencias, nos interesa en la medida en que nos deja ver que hay un más
allá de la imagen del otro que produce confianza, sugiriéndonos un resorte
subjetivo orientado, no dirigido.
Así entonces, quisiera poner a
prueba esta idea: entre los psicoanalistas, entre ellos mismo y los
dispositivos institucionales que Lacan nos legó, la confianza que nos interesa está orientada no está dirigida. Ya
desde la década del treinta Lacan advertía: “la identificación específica de
las conductas sociales se basa en un sentimiento del otro, que sólo se puede
desconocer si se carece de una concepción correcta en cuánto a su valor
totalmente imaginario” (8). Así, la confianza, como queremos concebirla, como operador de una agrupación, no
se reduce a este valor imaginario, ya que, estaría condenada a la báscula
oscilante de los fenómenos de amor y odio, cuya base se representa por la
imagen del otro, e irremediablemente se consume en la quimera del afecto. Puedo
confiar y no necesariamente amar, e incluso, no simpatizar particularmente con
los rasgos de otro y encomendarle una tarea que precisa de confianza.
Por otra parte, si suponemos
que la confianza no se agota en las redes de la imagen del otro, podemos
plantear que en este sentido, su renovación es una premisa; se renueva dentro
de un marco simbólico, y el otro está allí personificando esa renovación de
algo que a él mismo lo excede. Pero, hablamos de orientación, y el marco
simbólico no da cuenta de un anclaje que oriente los diferentes movimientos de
la confianza, más bien podría indicar un desplazamiento constante y entonces
una dirección… Diremos entonces, que esta orientación solo podría estar dada
por la brújula de lo real.
Lacan en su seminario de Los
Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis alude a la localización
freudiana de la verdad por la vía de la escansión significante, pero agrega:
“Esta confianza la justifica una referencia a lo real. Pero, lo menos que puede
decirse, es que lo real no se le rinde fácilmente..” (9). No ceder ante lo real en juego –como decía Miller en su seminario sobre
Política lacaniana en 1997- implica un movimiento que va desde la confianza en
el otro, dirigida al Otro y aquella que se refiere a la causa que divide al
sujeto; esto, me parece, no es otra cosa que localizar el real en juego en los
lazos con el Otro.
Así pues, sabemos que Lacan confió
la transmisión del psicoanálisis no a las vías de comunicación de un sujeto a
otro sino a las vías de una transferencia de trabajo (10),
e insistió en no esperar nada de las personas y sí algo del funcionamiento (11)
para desde allí, innovar, renovar, los lazos en lo relativo a la Escuela, a su
Escuela. Confió también el oficio a los pasadores para la demanda de devenir
analista de Escuela (12);
y resuena aún su confianza en saber lo que esperar significa (13).
La confianza así entendida, se
articula a la causa en juego, a la verdad entregada por un análisis, a la
apuesta que podemos hacer por la forma Escuela; “los lazos de confianza no
pueden ser entendidos como relaciones que ubican al otro en el lugar del
promotor de nuestras propias acciones, afortunadas o desdichadas; no pueden
implicar la idea de que hay que estar petrificados a la espera de advertir un
gesto, una palabra del otro que indique mi propio gesto o mi propia palabra.
Más bien, hay que pensar esta relación como la posibilidad de entender que una
orientación mutua es posible, y que la buena disposición es la que permea esta
acción; que las iniciativas de ambos lados serán escuchadas y que todas ellas
están al servicio de una misma causa” (14).
Es por esto que podemos apostar los colombianos al proyecto emprendido, tratar
de cernir lo que a cada uno como sujeto nos corresponde en nuestra relación con
la causa pero, también, aplicar el principio de la política lacaniana de no
ceder ante lo real en juego también, en nuestra forma de organización social.
Se trata de una elección fundada en la confianza que entrega el saldo de saber
sobre el Otro barrado.
Solo hay confianza cuando no
hay sacralización, ni de personas, ni de dispositivos; el respeto invariable a
lo heteros (5)tal vez no es posible sin la confianza que puede engendrar la mutua causa y
cuya conclusión se obtiene de haberse entregado a extraer las máximas
consecuencias de un análisis. La confianza así, se articula a la lógica propia
del funcionamiento de la Escuela, ya que es la institución que por su
naturaleza misma está advertida de lo que de lo real la hace ex-sistir.
(1) Miller, J.-A. Mensaje a Caracas en ocasión del II Encuentro Regional de la ECFC. en Memorias del II Encuentro: Nuevos síntomas, nuevas curas. Caracas, mayo de 1997
(2) Uricoechea, F. “La confianza y la cultura de la ventaja” en
Coyuntura Política. Corporación Diálogo Democrático. Numero 14. Bogotá, mayo de
1999
(3) Sudarsky J. “La confianza interpersonal y el capital social de
Colombia” en Coyuntura política. Corporación Diálogo Democrático. Numero 14,
Bogotá, mayo de 1999
(4) Sudarsky J. “Perspectivas para el desarrollo del capital social
en Colombia” en Coyuntura Social. Federación de Desarrollo, Bogotá, 1999
(5) Uricoechea, F. Ibíd.
(6) Miller, J.A. Estructura, desarrollo e historia, pags. 74-75. Ed.
Gelbo, Bogotá, 1998
(7) Ibíd.
(8) Lacan, J. La Institución Familiar, Buenos Aires,pag.47
(9) Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanalisis.pag.49
Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987
(10) Lacan, J. Acta de Fundación 21 de junio de 1964, pag.13 en La
Escuela, De Manantial, Buenos Aires, 1989
(11) Lacan, J. Un Otro falta. 15 de enero de 1980, Ibid.pag. 20
(12) Lacan, J. La Proposición del 9 de octubre de 1967, En Momentos
Cruciales de la experiencia analítica, De Manantial, Buenos Aires,1987. Pag.12
(13) Lacan, J. Carta de 11 de marzo de 1981.Ibid.
(14) Palabras de presentación y bienvenida al Delegado General de la
AMP, J.-A. Miller, Bogotá, nov.1998
(15) Así lo elabora Ernesto Sinatra en su artículo Una amistad
diferente, obtenido por correo electrónico por la generosa disposición de
Ricardo Seldes.
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